jueves, 25 de octubre de 2012

Los olvidados de Inox.



 Breve sinopsis


     Relato basado en una hecho real que tuvo lugar el día de la Candelaria del año 1569 en el peñón de Inox, al oeste de Níjar. La presión que ejerce Felipe II, el Rey Prudente, sobre los moriscos se torna insoportable, que ven como son abolidas su lengua, religión y costumbres, además de verse obligados a pagar gravosos impuestos de nuevo cuño. Confiscadas sus tierras y requisadas sus casas, los musulmanes de Almería deciden por medio de Francisco López, alguacil de Tabernas, poner rumbo a Berbería e iniciar una nueva vida lejos de la usura cristiana. Para ayudarles en la empresa llega desde África el aguerrido capitán Cosali, y mientras esperan los bajeles procedentes de Orán que les han de transportar a su destino, se cobijan en un cerro que se convierte en paradigma de la libertad. Pero la noticia de que miles de moriscos se refugian en la cumbre de una montaña con todas sus pertennecias llega a oídos del jefe militar de Almería, que es presa de la codicia. El jerarca de la ciudad reúne con celeridad un ejército de sombras y muerte, que se dirige en pos del botín de guerra. ¿Qué ocurrió en aquel infausto peñón de triste recuerdo?





Nota histórica




    Recuerdo que cuando empecé a escribir los relatos de al-Mariyya. Tierra de leyenda tenía en mente esta frase: «Conocer nuestro pasado nos hará comprender mejor el presente», y me preguntaba cuántas veces se habría pronunciado en voz alta ese aforismo para ser posteriormente arrastrado por el viento del olvido.
     Tan solo tenemos que pararnos un instante y mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que el mundo avanza de forma imparable, pero el faro de la verdad nos dice que los seres humanos seguimos teniendo la misma esencia, la misma incontrolable voracidad y el mismo afán de poseer que hace treinta milenios cuando nos quedamos solos sobre la faz del planeta tras poner nuestro granito de arena para acelerar la extinción de los neandertales. Desde ese suceso que se pierde en la noche de los tiempos, ¿realmente hemos aprendido alguna vez de nuestros errores?
     La respuesta a esa pregunta queda perfectamente contestada durante este relato, Los olvidados de Inox, desgraciadamente verídico para vergüenza de la especie humana. Hechos que se perpetraron con la frialdad de la premeditación en honor a la codicia, erigiéndose en un suceso totalmente repudiable como tantos y tantos otros que han acontecido, y lo siguen haciendo, a lo largo y ancho de nuestra historia, donde siempre pierden los mismos... los más desvalidos.
     La época en la que tiene lugar esta narración está encuadrada en un momento especialmente convulso de la  historia de España. En el sureste del país, la revuelta de la Alpujarra se encontraba en su momento álgido, donde el despropósito sembraba de forma inmisericorde los campos de cadáveres y la estulticia regaba con sangre inocente las montañas andaluzas. La estupidez tiene esos efectos colaterales. 
     Felipe II, apodado el Rey Prudente, había promulgado el primer día de enero de 1567 la Pragmática Sanción, donde modo de vida y costumbres islámicas se prohibieron en un edicto real. Bajo la nueva ley, los moriscos del reino de Granada tenían la obligación de aprender castellano en un plazo máximo de tres años, cumplidos los cuales, se consideraría un crimen leer, escribir o hablar en lengua árabe. La población musulmana, concentrada principalmente en Granada y Almería, hastiada de ver cómo sus derechos menguaban y sus impuestos crecían sin mesura, inició una revolución a principios de 1568 de manos del autoproclamado en Béznar rey de los moriscos Muhammad Ibn Umayya, más conocido como Abén Humeya. Eran tiempos donde reinaba lo inexplicable y nadie parecía querer entender lo que ocurría, de esta guisa, se puso al frente de cuatro mil sublevados con el perentorio objetivo de restaurar la libertad perdida. El curso de la historia se ha mostrado despiadado y cruel en innumerables ocasiones, y este lance no iba a ser diferente. Después de tres años de enconados enfrentamientos, los cabecillas de la rebelión fueron ajusticiados y aplastada definitivamente la revuelta. A partir de ese instante la presión aumentó sobre los derrotados y en un alarde de soberbia, Felipe II ordenó que ochenta mil musulmanes convertidos al cristianismo oriundos de la Alpujarra, se dispersaran por toda la península para evitar de ese modo su concentración y evitar nuevos conatos de insurrección en el futuro.
     Pero vamos a ceñirnos a la infame historia que nos ocupa, de la que me llama poderosamente la atención la poca resonancia que ha tenido en el tiempo. La patética verdad es que un majestuoso peñón al oeste de Níjar pretendió ser un paradigma de libertad y acabó convirtiéndose en un tétrico cementerio. Al tiempo que cristianos y moriscos cruzaban sus espadas en los abruptos montes alpujarreños, miles de hombres, mujeres y niños pretendían huir de la terrible opresión a la que estaban siendo sometidos en la provincia de Almería e iniciar una nueva vida en Berbería. Un éxodo masivo al que acudían con lágrimas en los ojos y congoja en el corazón... y con todas las pertenencias que podían transportar. El afán de codicia, lastre sin igual en el ser humano, se encargó de poner argumento a una triste historia que está perfectamente documentada en el relato, basado en la narración que ha perdurado de Luis de Mármol Carvajal. Tan solo me he limitado a añadir unos cuantos personajes ficticios, para dotar a esta epopeya de diferentes perspectivas que puedan arrojar algo más de luz sobre lo que verdaderamente tuvo lugar en aquel  desgraciado peñón de infausto recuerdo. En la mayoría de las ocasiones la realidad supera con creces a la ficción. He aquí la memoria de un exterminio, la crónica de una matanza que no debe de caer en el oscuro pozo del olvido...       



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